Estas fotos me llevaron a experimentar un sentimiento paradójico. Tengo una cámara de última generación que puede capturar fotos perfectas sin esfuerzo, con más de 700 puntos de enfoque. Sin embargo, en lugar de utilizarla de esa manera, muchas veces me siento más motivado a crear fotos distorsionadas, ruidosas, excesivamente recortadas y saturadas, con la intención de descubrir algún resultado distinto. Lo curioso es que, al hacerlo, estas fotos a menudo parecen tener un toque artificial, como si fueran generadas por una IA de primera generación tratando de emular la realidad y chocando contra sus limitaciones. Mientras la tecnología de las cámaras avanza en busca de mayor realismo, yo, por otro lado, trato de evitar la redundancia propia del automatismo del dispositivo. La contradicción radica en que, a pesar de mi deseo de alejarme de la norma visual que ofrece mi dispositivo, las fotos a veces terminan adquiriendo una estética de artificialidad propia de algoritmos creadores de imágenes, con rostros desdoblados, espeluznantes, inquietantes, distantes y fríos, pero que aún así logran despertar mi interés.